¿A quién votar?
La pregunta es simple pero adquiere tintes de desafío si el ciudadano
está perdido. Si no vota por afiliación política, si no se siente atraído por
un partido, una ideología o un programa electoral. Si nada de todo eso lo
seduce y lo encamina a su cita con las urnas, ese votante necesita un buen
candidato. No el aspirante perfecto, que es un ser imaginario, sino un perfil
menos ambicioso pero realista, con virtudes y defectos, alguien en quien
confiar, con un punto de autoridad, dinámico, dispuesto a comerse el mundo,
pero también a cometer errores, admitirlos y pedir perdón. Y no sólo eso. Hay
más. No se prepara un candidato en el ambiente estéril de un tubo de ensayo
sino que hay que testarlo en el contexto social y político, sabiendo qué y a
quiénes tendrá enfrente. El candidato ideal existe, pero la fórmula para obtenerlo es magistral, casi un traje a medida.
Estas son algunas aportaciones al perfil del ganador.
Porte presidencial. Listo para
el cargo
"El punto de
partida es la presidencialidad del candidato, una combinación entre la
proximidad con los ciudadanos, que implica entender sus problemas y hablar un
lenguaje similar, y la distancia para representarlos, en el sentido de estar
preparado para ejercer y ser digno del cargo", explica el politólogo y
consultor en comunicación Pau Canaleta, en su doble faceta de formador de
candidatos y de asesores. La presidencialidad es como el aura de gobernante.
"Cuando los ciudadanos ven a esa persona como alguien cercano, que
comprende sus sufrimientos pero está más preparado que ellos para
representarlos, el candidato cristaliza a ojos del elector y ven en él al
presidente", añade. Este momento se produce durante la campaña, o en la
precampaña, advierte, "cuando los votantes tienen que resolver la incógnita
de a quién votarán y están más pendientes de los candidatos, que están en la
escena y hacen propuestas".
Los imprescindibles. Siete
atributos necesarios
Un segundo
elemento, subraya Pau Canaleta, son los siete atributos necesarios para ser
presidente o, en su caso, alcalde. "El candidato debe cumplirlos todos, no
hace falta que sea el mejor en todos ellos, pero debe aprobar en la percepción
de los ciudadanos y si no, habrá que trabajar el flanco débil". añade.
-- El
primero es la autoridad. Para gobernar hay que saber mandar y que la gente te
respete, y a veces será necesario tomar una decisión que puede parecer injusta,
pero que salvaguarde la autoridad.
-- El segundo atributo es la trayectoria.
"Puede ser política, profesional o académica, o incluso social, si por
ejemplo has sido activista por la paz, pero no puedes caer como un
paracaidista; debes llevar una trayectoria que te encamine a ser presidente,
todo debe tener un sentido, ser coherente", detalla este experto.
--El
dinamismo es otro atributo. Debe visualizarse que podrá aguantar el trajín del
mandato, trabajar mucho, dormir poco. Algunos candidatos sobreactúan e incluso
se muestran haciendo deporte, para dejar claro que están en forma.
--También hay que
estar preparado. Es el cuarto atributo. Implica conocer el país, los problemas
del lugar donde te presentas como candidato.
--Un quinto atributo, añade este
experto, es la honradez, muy importante en el momento actual, por el contexto
de casos de corrupción política, que ha llevado a muchos partidos a publicitar
datos personales de sus cargos públicos como declaraciones de la renta o del
patrimonio para demostrar que no se han enriquecido abusando de su posición
política.
--La proximidad, ser percibido como alguien que entiende el sufrimiento
de los ciudadanos, es otro elemento clave, subraya Canaleta.
--Y, por último, lo
que los franceses llaman el espíritu de conquista, las ganas de ganar. "La
gente quiere que tengas ganas de ser presidente, sentir que lo ansías y estás
dispuesto a hacer sacrificios", detalla.
Para marcar la diferencia. En
función del contexto
Junto a los siete
atributos necesarios, hay otros que son personales, propios de cada candidato.
Puede ser alguien hecho a sí mismo, o con una larga trayectoria social, un
valor que le diferencia de sus adversarios. Y, por último, están los atributos
de contexto, que dependen de la situación socio-política. "En épocas de
bonanza está bien visto el conseguidor, que tiene buenas relaciones y es capaz
de atraer inversiones, que hará que el país esté en una posición mejor; si hay
crisis y escasez de recursos estará bien visto el atributo de buen gestor y, en
cambio, en contextos de alta conflictividad social, por ejemplo en algunos
países latinoamericanos, la dureza puede ser buena", asegura. Las
encuestas, como siempre, marcan el camino. Después de una época de mucho ordeno
y mando al frente de un gobierno, de hiperliderazgo, el ciudadano tiende a
valorar más el talante, se busca un gobernante más matizado, más tolerante.
Puntos fuertes y débiles.
Cuestión de oferta y demanda
Para construir al
candidato ideal, el equipo trabaja puliendo los fallos durante la precampaña,
siempre uno detrás del otro. Si hay puntos débiles, mejor admitirlos, apunta
Pau Canaleta, pero con los atributos necesarios no hay opción, hay que aprobar
en todos. Un candidato puede tener autoridad pero que la gente no lo perciba
así y habrá que reforzar ese aspecto. Sin faltar a la verdad.
Pero cumplir todos
los requisitos no implica ser el mejor candidato. Depende de la oferta
electoral, es decir, del conjunto de candidatos que se presentan, y del
momento. "En función de cómo sean los oponentes con posibilidades para
ganar, se valora más un perfil que otro. Ahora la renovación es un plus, y si
tú eres un candidato nuevo tienes esa ventaja, pero si el partido rival también
presenta a alguien nuevo, tienes un problema. Quizás representas aquello que la
gente busca, pero comparándote con los demás puedes salir perdiendo. Una mujer
en un entorno de hombres tiene más opciones que si se presentan cuatro mujeres
más", apunta.
Definir el escenario. Saber
inclinar la balanza
De cara a unas elecciones, hay que definir el escenario, ver qué temas
preocupan al ciudadano. Unos candidatos estarán mejor posicionados que otros en
determinados aspectos, pero el equipo del candidato, sus asesores, deben saber
inclinar la balanza en su favor, incluso cambiando las prioridades del
electorado. "En un momento en que hay expectativas de cambio, el votante
espera algo nuevo, y si nuestro candidato está en el cargo sólo hay dos
opciones, permitir que gane otro o representar ese cambio. Si no queremos
cambiar al candidato habrá que reinventarlo y conseguir que la gente que quería
el cambio se sienta satisfecha con la renovación", explica Canaleta.
¿Cómo llegar al votante? Una
resonancia magnética
Basta con mirar a
una persona para captar decenas de señales emocionales. Si esto ocurre en el
día a día, qué no será en una campaña electoral, cuando los candidatos sufren
una sobreexposición. Nada como una campaña para sacar a la luz la verdadera
personalidad de un candidato. En países como Estados Unidos, la campaña acaba
durando meses, contando la precampaña, y aquí ocurre algo parecido. No hace
falta que estén convocadas unas elecciones para que empiece la carrera entre candidatos.
David Axelrod, que fue asesor político del presidente de Estados Unidos, Barack
Obama, aseguraba que el crisol de la campaña pone al descubierto cualidades
personales ocultas que no se pueden mostrar en un currículum, lo comparaba a
"una resonancia magnética del alma".
El catedrático de
Psicología de la Universitat de Barcelona Guillem Feixas apunta que para llegar
al votante un candidato debe tener una imagen aceptable, parecer una persona
honesta, para que la gente pueda depositar su confianza en él, y tener un
discurso coherente, con un hilo narrativo claro, bien articulado. Sin embargo,
Feixas alerta del riesgo de que un candidato se acabe convirtiendo en aquella
persona que le aconsejan sus asesores. "Mejor que la distancia entre la
identidad sentida y la imagen no sea grande, o será una estrella vacía",
recomienda.
La Vanguardia
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