Lo que decidió a Lea a contar su historia fue un cabreo
hondo. Ella, nadadora a contracorriente, sabe
lo que es vivir -"y padecer"- con una inteligencia de 155.
Ella, guionista de cine y televisión, conoce bien las miradas de recelo y el
agotamiento que supone que unos niños te frían a preguntas
"alucinantes" en el desayuno, la merienda o en un tranquilo viaje en
coche. Lea Vélez, 46 años, dejó de inventar guiones en la tele
para dedicarse a contar los propios en novelas. La suya, más íntima y personal,
es la historia de una familia
prodigiosa. Ella es
superdotada, tiene dos hijos superdotados, lo era su marido, lo es su único
hermano, controlador aéreo, tres
de sus primos (uno
toca el chelo, otro es biólogo y entrena halcones y el tercero es profesor de
Educación especial), además
del abuelo oftalmólogo.
¿El azar? ¿La genética? En España, 20.000 personas ya han sido
identificadas como portadoras de altas capacidades. Y se
calcula que unas 160.000 -sumando niños, adolescentes y mayores- están sin
diagnosticar. "Vivimos en una burbuja del aburrimiento", resume Lea
el sentir generalizado entre esas mentes maravillosas. Cruz y virtud.
Su voz, tantas veces desoída, ha resonado esta semana en el Congreso Nacional de
Superdotación y Altas Capacidades, organizado por la Fundación El Mundo del
Superdotado y clausurado ayer en Madrid. Unos sufren
en el trabajo porque no se adaptan. Otros porque sus jefes o compañeros no toleran
que sean brillantes. Y se queman. Los hay que se aburren y abandonan
prematuramente los estudios. La
inteligencia, en ellos, es un problema. Y no andamos sobrados de cerebros. El
95% de estas personas, según los psicólogos, cae en una depresión de la que no
todos consiguen salir.
Los Vélez no. Corre
inteligencia por sus venas. Entre la foto del abuelo médico, de
chico y con capirote posando al lado de un caballo, y la de sus dos biznietos,
median nueve superdotados.
Cociente intelectual medio: 140. "Mamá, si el fuego necesita oxígeno para
vivir y en el espacio no hay oxígeno, ¿por qué arde el sol eternamente?",
preguntaba a Lea uno sus hijos cuando aún no había cumplido tres años. O,
"Mamá, ¿tú sabes si en la Nasa hay turno de noche...? De mayor me gustaría
trabajar en la Nasa, pero en el turno de día". O esta de su hermano, a los
cinco años: "Mamá, ¿puedes explicarme otra vez eso de la dermis y la
epidermis?"... "Mamá, en el cerebro más pequeño cabe una
galaxia". Así cada mañana, cada tarde, cada noche. Día tras día.
En alerta
Fue la tormenta perfecta que puso en
alerta a Lea. Su hermano, dos años mayor, había
entrado en Mensa, el club de superdotados más
famoso del mundo. Con ilustres como el magnate Bill
Gates (160), la actriz Genna Davis (140),
el ajedrecista Gary Kasparov (190) o la
cantante Shakira (141). Los Vélez no se quedan cortos. Tras
alumbrar a sus dos prodigios, y vistos los antecedentes familiares, Lea se animó a que le hicieran las pruebas que detectan las altas
capacidades. "Cuando supe que yo también las tenía, no me sentí
superior o extraña. Llevo toda la vida tratando con personas así. Mi marido,
que era físico y profesor, era otro prodigio...", cuenta con toda
normalidad la escritora, a quien la voracidad por saber de sus retoños (142 y
150 de cociente intelectual, CI) le obligó a cambiarlos de colegio. "Se
aburrían, no se educa desde la emoción y el conocimiento. Hay un fallo educativo inmenso. Es todo
memorizar", critica ella. "Estamos perdiendo a gente impresionante,
en los colegios, en las empresas, en los hospitales... Y aquí no pasa
nada", retrata la presidenta de la Asociación Española de
Superdotados y con Talento para niños, adolescentes y adulto (AEST),
Alicia Rodríguez. A ella llegan unas 50 consultas al día solicitando
información y, en otros casos, terapia.
Sin garantías
Porque una inteligencia superior (lo
normal es estar entre 90 y 110 de CI) no es garantía de felicidad o triunfo. Al
revés. Cuando los tropiezos con sus jefes de la tele y del cine comenzaron, Lea
lo dejó. George, su marido, inglés de nacimiento y español de
adopción (de ahí que los hijos de la pareja, Michael y Richard, aunque
españoles, lleven nombres británicos), tuvo que irse del centro privado vip de La Moraleja donde impartía clases. Y a los chicos
también se los llevaron a otro colegio porque iban cuesta abajo en los
estudios. Desde entonces no bajan del sobresaliente. A Michael, con nueve años, le apasionan la astrofísica, la
arqueología, la geografía... Y no perdona. "Mamá, ¿puedo
dejar de hacer deberes para ver el programa sobre los agujeros negros?". Un año antes, con ocho: "Mamá, estaba pensado en
algo divertido. Si Júpiter no fuera un planeta gaseoso, daría igual cuánto
empujaras una cosa que pesa poco allí. Por más que empujaras como un idiota, no
podrías moverla y allí las farolas se caerían y las bombas estallarían y no
dejarían un cráter... Me estaba riendo de sólo pensar en la fuerza de gravedad
de Júpiter". Su hermano, de siete, transita
por otros mundos. Engulle todo lo que tenga que ver con la volcanología y el cuerpo humano, las células, las reacciones
químicas, los trasplantes. "Mamá, los cables son las venas de
la electricidad", le espetó el niño con sólo cinco años. "Mamá,
quiero saber cómo está hecha la lengua por dentro". "Quiero que me
digas las partes del oído"...
Y al terminar con las preguntas, los
niños se ponen a ver películas. A los dos les pirra el cine. Y no precisamente
para su edad. Se entusiasman con la La gran evasión, Cadena
perpetua o las firmadas por Tarantino.
Ser superdotado es mucho más que ser
inteligente. No
basta con tener un CI superior a 130. Hay otras características: una creatividad extraordinaria, tanto verbal como
gráfica, y unos rasgos de personalidad muy concretos que los
retrata, como la hipersensibilidad, la autocrítica, el
perfeccionismo, inseguridad, angustia existencial... Muchos adultos descubren
que son superdotados cuando ya tienen una edad. Algunos incluso dejaron los estudios -por inadaptados-
cuando eran jóvenes.
A Lea quisieron apuntarla a Mensa, como lo está su hermano. Pero ella no quiso. Prefiere mantener el anonimato de su inteligencia.
"Tendrían que apuntar a toda la familia", dice ella entre sonrisas.
Y aquí llega la pregunta: ¿El
superdotado nace o se hace? ¿Existe un gen o genes de la mente prodigiosa? Nadie sabe con certeza de qué depende que surja un genio o un
talento especial.
"El cerebro es como una máquina de
acuñar monedas. Si echas en ella un metal impuro, obtendrás escoria. Si echas
oro, obtendrás monedas de ley", venía a decir el Nobel Ramón y Cajal. Lea y George debieron
de poner oro para engendrar a sus hijos. "Es una mezcla de genética,
educación y ambiente", cree la presidenta de AEST.
Algo así debió de pensar el Nobel Bernard Shaw cuando
una bella e inteligente actriz le propuso: "Juntos podríamos hacer niños
increíbles". "Sí", contestó él.
Es posible que el irlandés tuviera
razón. Los genes de la madre al parecer desempeñan un papel dominante en el
desarrollo de las partes del cerebro de su descendencia responsables de la
inteligencia. Los del padre, en cambio, influirían más en aquellas zonas de la
mente donde residen las emociones. No vale la pena ir al banco de esperma de
los Nobel para tener hijos inteligentes. En vez de eso, las mujeres podrían
elegir maridos poco complicados, sensibles, en vez de grandes intelectuales. O
eso creen los científicos que llevan décadas intentando averiguar qué genes son
propios de un intelecto maravilloso. El de Einstein, 160 de
cociente intelectual. Stephen Hawking (180).
O el de Zhao Bowen, apodado el Bill Gates chino, un prodigio
que desertó de las aulas de Secundaria con ocho años.
El gen 'talentoso'
Con sólo 19, y tras superar una licenciatura en Biotecnología, Bowen fichó por el laboratorio de genómica
cognitiva del Instituto de Genómica de Pekín (BGI por sus
siglas en inglés), la mayor empresa de secuenciación de ADN humano del mundo.
Zhao está convencido de que la inteligencia humana se hereda en un rango del 40 al 80%, y quiere saber qué genes intervienen. Para
ello está secuenciando el genoma de más de 2.000 personas, las
más brillantes de Estados Unidos. Dicen algunos científicos que para obtener el
primer gen de la inteligencia que resulte útil tendría que estudiarse a decenas
de miles de personas. Pero Zhao no está
buscando un gen del cociente intelectual; quiere identificar pequeñas y
múltiples variaciones en miles de genes que determinan el
aspecto hereditario de la inteligencia.
Uno de los asuntos que más discusiones
está levantando es si la inteligencia, como propone el genetista australiano Peter Visscher, de la Universidad de Queensland,
incide en la supervivencia. Tras examinar los test de inteligencia de unas 2.000 personas cuando tenían 11 años de edad y
posteriormente con más de 65 años, concluyó que algunas inteligencias envejecen
mejor que otras.
La mayoría de los que tenían una
inteligencia media cuando eran niños la aumentaron durante la etapa adulta, y
aquellas personas que tenían una inteligencia por debajo de la media al inicio
de su vida, mantuvieron este promedio en la vejez. Visscher tomó muestras genéticas y cuantificó el papel de los genes en los cambios de
la inteligencia a medida que el ser humano envejece. "Calculamos que entre
un cuarto y un tercio de estos cambios son genéticos", concluyó.
Juntar a todos los Vélez superdotados
fue imposible. No son de fotografías. Lea, la más entusiasta, argumenta que
presta para ayudar. "Que vean que somos una familia más, con sus cosas
buenas y sus sinsabores". Porque no desea que sus hijos sufran por haber
nacido con una mente superior.
"Los malos
diagnósticos y la escasa formación de los profesores levantan un muro
impenetrable entre los superdotados y el resto de la sociedad", asevera. Por eso el libro que está escribiendo con
las preguntas "alucinantes" que le hacen sus dos hijos cuando se
despiertan en medio de la noche. "Mamá, ¿puedes explicarme cómo se las
arreglan los paleontólogos para saber dónde ir a buscar la huella de un
dinosaurio?"..
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