Los grados de Magisterio no forman a los profesores en
gestión de las emociones, clave para el desarrollo de los niños.
Rafael Guerrero es uno de los pocos profesores de la Universidad
Complutense de Madrid que enseña a sus alumnos de Magisterio técnicas de educación
emocional. Lo hace de forma voluntaria porque el programa académico de los grados en Maestro en Educación Infantil y Primaria -nombre de la carrera de Magisterio tras la llegada del Plan Bolonia- no incluye ninguna asignatura con ese nombre.
“Muchos de los problemas de los adultos se deben a las dificultades en la
regulación de las emociones y eso no se enseña en la escuela”, explica Guerrero.
Se trata de enseñar a los futuros maestros a entender y
regular sus propias emociones para que sean capaces de dirigir a los niños y
adolescentes en esa misma tarea. “Mis alumnos me cuentan que nadie les ha
enseñado a regularse emocionalmente y que desde pequeños cuando se enfrentaban
a un problema se encerraban en su habitación a llorar, era su forma de
calmarse”, cuenta el docente. Inseguridad, baja autoestima y comportamientos
compulsivos son algunas de las consecuencias de la falta de herramientas para
gestionar las emociones. “Cuando llegan a la vida adulta, tienen dificultades
para adaptarse al entorno, tanto laboral como de relaciones personales. Tenemos
que empezar a formar a profesores con la capacidad de entrenar a los niños en
el dominio de sus pensamientos”.
La inteligencia emocional es la capacidad de sentir,
entender, controlar y modificar estados anímicos propios y ajenos, según la
definición de quienes acuñaron el término a principios de los noventa, los
psicólogos de la Universidad de
Yale Peter Salovey y John Mayer. La inteligencia emocional se
traduce en competencias prácticas como la destreza para saber qué pasa en el
propio cuerpo y qué sentimos, el control emocional y el talento de motivarse,
además de la empatía y las habilidades sociales.
Tras revisar los programas académicos de los grados en
Magisterio, Pedagogía, Psicología y Psicopedagogía de las univerisdades
públicas españolas en 2016, el Grup de Recerca en Orientació Psicopedagògica (GROP) de
la Universidad de
Barcelona (UB) concluyó que no existe ninguna asignatura
específica de educación emocional. “Cuando pensamos en el sistema educativo,
por tradición creemos que lo importante es la transmisión de conocimientos de
profesor a alumno, a eso se dedica el 90% del tiempo. ¿Qué pasa con el
equilibrio emocional? ¿Quién habla de eso en la escuela?”, señala Rafael
Bisquerra, director del Posgrado en Educación Emocional de la UB e investigador
del GROP.
Los jóvenes con un mayor dominio de sus emociones presentan
un mejor rendimiento académico, mayor capacidad para cuidar de sí mismos y de
los demás, predisposición para superar adversidades y menor probabilidad de implicarse
en comportamientos de riesgo -como el consumo de drogas-, según los resultados
de varios estudios publicados por el GROP. “La educación emocional es una
innovación educativa que responde a necesidades que las materias académicas
ordinarias no cubren. El desarrollo de las competencias emocionales puede ser
más necesario que saber resolver ecuaciones de segundo grado”, apunta
Bisquerra.
Los elevados índices de fracaso escolar -el 20% de los jóvenes españoles de entre 18 y 24
años abandona el sistema educativo sin haber finalizado la Secundaria, según
datos de Eurostat-,
las dificultades de aprendizaje o el estrés ante los exámenes provocan estados
emocionales negativos, como la apatía o la depresión, y todo ello está
relacionado, según Bisquerra, con deficiencias en el equilibrio emocional.
“Focalizar las clases en las capacidades lingüísticas y lógicas exclusivamente
se puede considerar una estafa del sistema educativo”, critica el docente, que
ha publicado más de 15 libros sobre la materia.
Bisquerra es uno de los precursores en España de la
aplicación de la educación emocional al ámbito académico. Cuando empezó a
investigar en 1993, aún no existía ese término, que a finales de los noventa
usó como título en una de sus publicaciones. Lo que está fallando, según el
experto, para que los diferentes niveles educativos no contemplen esos
contenidos es la falta de sensibilización, tanto por parte de la administración
pública como del profesorado. “La regulación de las emociones consigue que los
estímulos que nos rodean nos influyan lo mínimo posible. Nuestro comportamiento
depende, en gran medida, de cómo nos sentimos, y ni los profesores ni las
autoridades se lo toman en serio”.
En su opinión, el cambio tiene que arrancar con la
formación del profesorado, con la transformación del grado de Magisterio.
“En la UB no hemos convencido al número de profesores necesario como para
modificar el plan de estudios. Lamentablemente, los procesos de cambio
educativo son muy lentos”, añade Bisquerra, que en 2005 publicó La
educación emocional en la formación del profesorado, donde propone un modelo de asignatura para los
profesores de educación Infantil, Primaria y Secundaria con teoría y
actividades prácticas.
Los objetivos de la educación emocional, según las
guías de Bisquerra, son adquirir un mejor conocimiento de las emociones propias
y de las de los demás, prevenir los efectos nocivos de las emociones negativas
-que pueden derivar en problemas de ansiedad y depresión-, y desarrollar la
habilidad para generar emociones positivas y de automotivarse. En el año 2002
la UB lanzó su primer posgrado en Educación Emocional, que hoy también ofrecen
otras universidades públicas como la de Málaga, Cantabria o la UNED, entre
otras.
Una de las experiencias piloto en formación del
profesorado en educación emocional la lideró en España la Diputación de
Guipúzcoa que, entre 2006 y 2010, formó a más de 1.500 docentes de colegios e
institutos públicos de la provincia. Bisquerra fue uno de los encargados de
coordinar los cursos, así como de elaborar 14 manuales que están disponibles
para cualquier docente con
decenas de actividades para aplicar en el aula. La Universidad del País Vasco se encargó de evaluar los resultados. “La
comprensión y regulación de las emociones por parte de los profesores redujo
los niveles de ansiedad y de burnout (en
español, síndrome del trabajador
quemado)”, indica Aitor Aritzeta, profesor de la Facultad de
Psicología de la Universidad del País Vasco. En los alumnos, se redujo la
conflictividad en el aula.
En un estudio paralelo liderado por Aritzeta, en el
que se formó a un grupo de 200 universitarios en técnicas de inteligencia
emocional, se demostró que tras dos años de instrucción los alumnos que habían
recibido la enseñanza mejoraban sus resultados en los exámenes una media de 1,5
puntos respecto al resto de estudiantes. “Aprendieron a manejar el estrés y los
niveles de ansiedad se redujeron un 18%”, asegura el docente.
Enseñar a los docentes a mirar, escuchar y entender
las necesidades de un alumno es el objetivo principal de Rafael Guerrero,
profesor de la Complutense con el que arrancaba esta historia. "Puede
parecer obvio, pensar que todos los maestros tratan así a los chicos, pero no
todos lo hacen. Nadie está dispuesto a reconocer el abandono emocional",
señala. Enseñar a los jóvenes a afrontar problemas desde el principio y a
desarrollar tolerancia a la frustración. Acabar con la frase "eso son
tonterías, ponte a hacer la tarea" es la máxima que Guerrero quiere para
sus alumnos y futuros maestros.
PREVENCIÓN DE TRASTORNOS PSICOLÓGICOS
Las habilidades en inteligencia emocional son un factor
importante en la prevención de trastornos psicológicos, concluye el artículo Los
efectos a corto y medio plazo de la formación en inteligencia emocional en la
salud mental de los adolescentes, publicado en el Journal of Adolescent
Health en 2012, y elaborado por un grupo de investigadores de las
universidades públicas de Málaga, Huelva y el País Vasco.
"Muchos de los desórdenes psicológicos suelen aparecer
durante la adolescencia -como los cambios bruscos de carácter, el abuso de
sustancias o los trastornos en la alimentación-. Una de las causas de esos
problemas mentales es la incapacidad de gestionar los estados
emocionales", señala el estudio, para el que se formó a 479 adolescentes
españoles de 13 años en un programa de educación emocional durante dos años.
La inteligencia emocional ayuda en dos campos fundamentales.
En el intrapersonal, donde permite reducir la intensidad y la frecuencia de los
estados de ánimo negativos causados por acontecimientos adversos del día día;
protege del estrés y puede ayudar a mantener un estado de ánimo positivo y así
prevenir la ansiedad o la depresión. En un segundo plano, el estudio señala que
los adolescentes con altas capacidades para percibir y gestionar sus emociones
y las de otros, presentan relaciones con sus familiares y compañeros mucho más
satisfactorias y de apoyo.
http://economia.elpais.com/economia/2017/01/27/actualidad/1485521911_846690.html?id_externo_rsoc=FB_CC
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si quieres hacer cualquier comentario, hazlo aquí,
Cualquier aportación sera bienvenida...