Cada vez que surge un nuevo caso de
corrupción nuestros políticos se escudan en que son mayoría los servidores
públicos honestos y que solo unos pocos sinvergüenzas se han colado en sus
filas.
Con este innovador mensaje se presentó Mariano Rajoy en el pleno
monográfico del Congreso sobre la corrupción, al que aportó dos proyectos de
ley visados por su Gobierno hace casi dos años. A partir de estas premisas es
inconcebible que el presidente del Gobierno pueda encabezar un programa serio
para combatir un problema que se ha convertido en la segunda preocupación de
los españoles.
Todas las respuestas devienen tardías e insuficientes, como acaba de demostrar la microrreforma introducida porla Cámara sobre los viajes de
diputados y senadores a raíz del caso Monago.
Todas las respuestas devienen tardías e insuficientes, como acaba de demostrar la microrreforma introducida por
Más de 800 Ayuntamientos (un 10% del total)
están incursos en diversos procedimientos judiciales vinculados al muy
heterogéneo dominio de la corrupción política; el número de imputados se cuenta
por miles, según informes de la fiscalía.
Minimizar estas cifras hasta el punto
de convertir a esa legión de corruptos en una excepción es una desfachatez, si
no un acto de cinismo. Al margen de la honradez individual, que se dilucida en
los tribunales, la mayoría de los políticos tiene fundadas sospechas, cuando no
indicios, de que su partido tiene vías de financiación irregulares, pero ese es
un tabú cuya ruptura se castiga con la expulsión, como le sucedió al socialista
Alonso Puerta en 1981. Habrían de pasar 26 años hasta que un concejal popular
de Majadahonda pagara el mismo precio después de poner a la Fiscalía Anticorrupción
tras la estela del caso Gürtel, una red mafiosa de la que se habría
lucrado el PP, según el último auto del juez instructor.
Nuestros políticos conocen estas prácticas
desde los tiempos de la
Transición , pero han preferido guardar silencio para mantener
el favor de sus jefes. Es hora de poner fin al espectáculo degradante de que
nadie sepa en los partidos políticos, salvo sus tesoreros o sus gerentes, de
dónde proceden los dineros con los que se financia la campaña electoral
permanente en la que están metidos o cómo se pagan las obras de sus sedes y los
salarios de sus empleados.
¿Tiene alguna lógica que los presidentes y
secretarios generales puedan alegar ignorancia ante los jueces y librarse así
de toda culpa en este tráfico indecente de cajas b y dineros negros? ¿Por qué
los líderes que elaboran las listas electorales y aprueban los programas
políticos están exentos de rendir cuentas sobre las finanzas de sus partidos?
¿Puede Rajoy eludir su responsabilidad en el caso Bárcenas con el simple trámite de pedir perdón
al Parlamento por haberse equivocado en su nombramiento? Bienvenida sea la
reforma del Código Penal (anunciada hace más de un año) que castigará el delito
de financiación ilegal con uno a cinco años de cárcel, aunque solo se atajará
el mal cuando los jefes máximos tengan que responder por una presunta
administración desleal.
Este estado de cosas ha sido consustancial a
la democracia creada al amparo de la Constitución de 1978. La debilidad de unos partidos
renacidos tras 40 años de dictadura sirvió para blindar sus cuentas y
excluirlas del escrutinio público.
Galaxia Gutenberg acaba de publicar un libro
póstumo de Javier Pradera titulado Corrupción y política. Los costes de la democracia.
Escrito hace 20
años, en plena floración de escándalos (Juan Guerra, Hormaechea, Ibercorp,
Mariano Rubio, Filesa, Cacerolo, Roldán, fondos reservados, etcétera), su
lectura resulta de extraordinaria actualidad. La anatomía de la venalidad que
Pradera disecciona con precisión forense es perfectamente aplicable a la
sucesión de casos que monopolizan la actualidad informativa. Los cambios
legislativos introducidos en estas dos décadas han tenido el efecto gatopardianode
mantener intacta la corrupción estructural para financiar los partidos, a la
que se ha sumado el creciente pillaje individual de muchos gestores.
Es cierto que se creó la Fiscalía Anticorrupción
en 1995, que se han endurecido algunas sanciones penales, que la UDEF ha prestado una mayor
dedicación a los delitos económicos que proliferan en el ámbito político, pero
nada sustantivo ha cambiado en los mecanismos de adjudicación de contratos
públicos, que es donde reside la gran corrupción, la que mueve millones de
euros en forma de comisiones mafiosas. Este mecanismo perverso obliga por lo
demás a las empresas concesionarias a falsificar su contabilidad con
innumerables facturas falsas que a menudo se distribuyen entre los proveedores.
En esta cadena fraudulenta participan miles de personas que están sometidas a
una ley de silencio tanto más férrea cuanta mayor es la precariedad laboral.
Los denunciantes no cuentan con ninguna protección.
No sorprende que en medio de este paisaje la
economía sumergida suponga casi una quinta parte del PIB según diversos
informes o que los inspectores de Hacienda estimen que el monto del fraude
fiscal supera el déficit de todas las Administraciones públicas. Lejos de
constituir un ejemplo nuestros políticos son piedra de escándalo, agravado por
el impacto de una crisis económica que se traduce en el empobrecimiento de
grandes grupos de población, el paro de más de cinco millones de personas según
la EPA , una
deflación salarial que no excluye de la pobreza a quienes trabajan y una
pavorosa desigualdad que coloca a España en el segundo lugar del ranking europeo.
El Eurobarómetro de 2013 sobre corrupción
registró que el 63% de los encuestados españoles (el porcentaje más alto de la UE ) se consideraba afectado
personalmente en su vida cotidiana, frente a una media comunitaria del 26%; el
95% consideraba que es un problema muy extendido en el país, principalmente en
las instituciones locales y regionales. Todo ello consolida el convencimiento
generalizado de que la gran corrupción gira en torno a las finanzas de los
partidos, con una activa participación de las empresas contratistas de obras y
servicios. Sindicatos y asociaciones patronales se han incorporado al festín al
calor de los cursos de formación, los expedientes de regulación de empleo o las
tarjetas opacas de algunas cajas.
Que solo ocho de los 86 titulares de Bankia renunciaran a usarlas dice mucho del nivel ético de nuestras élites.
Que solo ocho de los 86 titulares de Bankia renunciaran a usarlas dice mucho del nivel ético de nuestras élites.
La democracia es un sistema que descree de
la bondad universal y desconfía de la codicia humana. De ahí que exija
contrapesos y controles rigurosos para impedir abusos de poder y sancionarlos
cuando se produzcan. Un Tribunal de Cuentas nombrado mayoritariamente por los
partidos, que más que vigilarse mutuamente practican una estrategia de no
agresión, es un instrumento ineficaz para controlar sus finanzas. Algunos
países europeos han creado comisiones independientes para fiscalizar a los
partidos e incluso para adjudicar los contratos públicos. Hace casi dos años el
Congreso acordó convocar una comisión de expertos para estudiar el dossier de la corrupción y proponer
estrategias de choque. Nadie la ha recordado en el reciente debate
parlamentario.
A un año de las elecciones generales es
probable que no haya tiempo para comités, pero
los partidos no pueden cruzarse de brazos tras una legislatura que ha sido una ciénaga
en materia de corrupción. Y si así lo hacen estarán contribuyendo a ese súbito ascenso de Podemos, que más allá de la viabilidad o no de sus propuestas se nutre sobre todo de la náusea colectiva. Los abstencionistas de ayer, los participantes en las diversas mareas contra los recortes en sanidad y educación o simplemente la multitud de decepcionados con el PSOE suman ya un bloque de votantes potenciales que de momento ha roto, al menos en las encuestas, el statu quo de un bipartidismo asfixiante.
los partidos no pueden cruzarse de brazos tras una legislatura que ha sido una ciénaga
en materia de corrupción. Y si así lo hacen estarán contribuyendo a ese súbito ascenso de Podemos, que más allá de la viabilidad o no de sus propuestas se nutre sobre todo de la náusea colectiva. Los abstencionistas de ayer, los participantes en las diversas mareas contra los recortes en sanidad y educación o simplemente la multitud de decepcionados con el PSOE suman ya un bloque de votantes potenciales que de momento ha roto, al menos en las encuestas, el statu quo de un bipartidismo asfixiante.
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