Entre el 10% y el
15% de la población presenta altas capacidades, pero sólo el 3% de los superdotados son identificados correctamente
Muchos
acaban suspendiendo y mostrando problemas de concentración, integración y
relación con su entorno
Alejandro era el típico empollón. Era uno de esos chavales que
ya desde niños despuntan en clase y llevan cada trimestre a su casa unas notas
repletas de matrículas de honor. Sus propios profesores alucinaban con sus
altísimas capacidades intelectuales, tanto es así que comenzaron a preguntarse
si aquel crío tímido y curioso no sería un superdotado.
Tenía 14 años
cuando, desde el departamento de orientación de Colegio Arcadia -un centro concertado de Villanueva de la Cañada, en la Comunidad de Madrid-, se pusieron en
contacto con sus padres y les propusieron someter al niño a algunas pruebas
para determinar si era o no un superdotado. Los padres aceptaron. Alejandro
realizó varios tests, y el resultado arrojó lo que sus maestros ya se olían:
que tenía un coeficiente intelectual privilegiado, por encima de 130, muy superior al 100 de la media.
A partir de
entonces, Alejandro entró en el programa especial de enriquecimiento educativo
para alumnos con altas capacidades que la Comunidad de Madrid realiza desde el
curso 1999/2000 en colaboración con la Fundación CEIM. «Fue increíble, estupendo. El programa se
desarrollaba un sábado de cada dos en un instituto público con profesores de
todas las ramas del saber. No sólo profundizábamos en los contenidos que
habíamos estudiado en clase, sino que además hacíamos talleres muy prácticos en
los que, casi como si fuera un juego, trasladábamos todos esos conocimientos a
la vida cotidiana», recuerda Alejandro Hernández, quien ahora tiene 19 años,
estudia Ingeniería Biomédica
en la universidad pública Carlos III y ha sacado en el primer cuatrimestre una
nota media de 9,4. «Hicimos, por ejemplo, un taller en el que tomamos fotos y
luego las revelamos nosotros mismos junto con químicos que nos explicaban el
proceso. Y otro de diseño en tres dimensiones que me gustó mucho».
La de Alejandro es
una historia con final feliz. Pero la suya también constituye una rara
excepción. La educación pública en España, salvo honrosos casos aislados, no
está hecha para los chavales superdotados.
Para empezar, la mayoría de los superdotados
pasan por la vida sin saber que lo son, desperdiciándose el inmenso talento que
llevan dentro.
Según autores
como Renzulli, Gagné, Pfeiffer o Tourón,
entre el 10% y 15% de
la población presenta altas capacidades. Pero, según admite el propio Ministerio de Educación, sólo el 3% de estos niños superdotados es
identificado como tal. Una cifra que desde las asociaciones incluso rebajan.
«Los datos muestran
que en España se está fallando en el proceso de identificación de los niños con
altas capacidades», señala Alicia
Rodríguez, presidenta de la AEST, la Asociación Española de Superdotados
y con Talento. Otro tanto opina Maite
Garnica, autora de ¿Cómo
reconocer a un niño superdotado? (Libros
Cúpula) y directora de CES Superdotados, un centro privado especializado en
niños con altas capacidades: «El problema de base es justo ese: que se
diagnostican muy pocos de todos los niños superdotados que existen». Lo mismo
piensa Gema Peribáñez, de
la Fundación CEIM: «El principal reto sigue siendo la identificación temprana
de los alumnos con altas capacidades para poder atender cuanto antes sus
necesidades educativas».
Y eso es sólo el
principio. No es extraño que muchos de los niños con altas capacidades, al no
recibir una educación adaptada a sus necesidades, acaben suspendiendo y
mostrando problemas emocionales. «No atender a un menor con altas capacidades
desde temprana edad produce en ellos un gran sentido de frustración,
frustración que genera una incapacidad para desarrollarse equilibradamente,
acabando en un 70% de fracaso
escolar en la ESO. Y eso no es lo más importante, pues la parte
cognitiva es algo que pueden desarrollar con posterioridad, pero también su
desarrollo social y emocional se ven afectados», cuenta Alicia Rodríguez.
Muchos
se aburren
Lo que ocurre es
que muchos de estos niños se aburren soberanamente en clase y se pasan el día
pensando en las musarañas. El sistema educativo diseña sus contenidos pensando
en las capacidades medias, y estos chavales están muy por encima de la media,
así que es perfectamente comprensible que para un buen número de ellos ir a
clase resulte profundamente tedioso.
Lo frecuente es
que, durante la Educación Primaria,
muchos de estos críos aprueben los primeros cursos con la gorra. Pero,
precisamente por eso, es habitual que no desarrollen la cultura del esfuerzo,
simplemente porque no lo necesitan, así que no tienen hábito de estudio. Y eso
hace que en la Educación
Secundaria muchos suspendan a lo grande, llegando incluso a repetir
curso, algunos hasta dos veces.
«Ser superdotado no
equivale a tener un expediente brillante, ya que estos niños pueden presentar
dificultades de concentración e incluso de integración y relación con su
entorno. Por eso, si no se identifica a tiempo, pueden sufrir fracaso escolar e
incluso llegar al abandono temprano de la vida académica», observa Gema
Peribáñez, de la Fundación CEIM, cuyo programa para niños con altas capacidades
pretende evitar estas situaciones (mucho más frecuentes de lo que se pudiera
pensar) y potenciar su talento a través de medidas específicas de atención
educativa.
Hay casos
absolutamente sangrantes. «Hay muchos niños superdotados que han sido medicados
durante años contra el trastorno
por déficit de atención por hiperactividad (TDAH) porque no fueron
identificados como alumnos con altas capacidades. Y hay otros muchos con
depresión, trastornos de ansiedad, bulimia...», sostiene Alicia Rodríguez. «Por
desconocimiento de los padres, muchos de estos niños están en terapias por años
o de por vida, sin saber que, mientras no cambie su entorno, todo continuará
igual».
Aunque también hay
otro grupo: el de aquellos que, como Alejandro, siempre han llevado a su casa
notazas de quitar el hipo. «Aunque el colegio no está hecho para sus
necesidades, son niños que se automotivan y tienen un rendimiento académico
excepcional», explica Maite Garnica.
Agravio
comparativo
Pero son la
excepción. Los expertos coinciden: la escuela pública española no trata como se
merecen a los niños con altas capacidades. «El sistema educativo público dedica más recursos y tiempo a los niños
que están por debajo de la media que a los que están por encima. La
inteligencia tendría que estar mucho más valorada: estos
niños con altas capacidades podrían aportar grandes cosas a la sociedad,
podrían, por ejemplo, encontrar el día de mañana la solución a la crisis»,
asegura la directora de CES Superdotados. «Se están produciendo agravios
comparativos en relación con otros estudiantes o colectivos con necesidades
especiales», apuntala la presidenta de la AEST.
En España existen
leyes, órdenes, reales decretos, protocolos y sentencias del Tribunal Superior de Justicia que
apoyan y reconocen las necesidades educativas de los niños con altas
capacidades. Sin embargo no todos los centros educativos ponen esa normativa en
práctica; a veces por falta de voluntad, otras por falta de recursos económicos
o humanos...
«Los padres estamos
en indefensión absoluta ante los
colegios y lo único que podemos hacer es confiar en tener suerte
para dar con buenos orientadores, con buenos docentes, con que funcione bien el
departamento de inspección», se lamenta Alicia Rodríguez.
Cuando en un
colegio público se detecta un niño que podría tener altas capacidades (algo que
ya hemos visto que ocurre en un porcentaje minúsculo de los casos) , el
profesorado se pone en contacto con el equipo de orientación educativa y
psicopedagógica de la comunidad autónoma a la que pertenezca la escuela en
cuestión. Desde ese departamento, si ven que hay indicios de un posible caso de
altas capacidades, se contacta con los padres del chaval y se les propone
hacerle una serie de pruebas para
salir de dudas y valorar si el niño es o no superdotado.
Si el resultado es
que lo es, hay dos opciones: adaptar
los contenidos curriculares a sus necesidades o bien acelerarle de
curso, subirle de clase. Esta última opción no la recomiendan la mayoría de los
expertos, porque el desarrollo emocional de estos menores no suele ser parejo a
su desarrollo intelectual y compartir aula con chavales mayores que ellos les
puede ocasionar problemas. Pero lo de adaptar el currículo a sus necesidades es
algo que tampoco se suele hacer.
Programas
piloto
Algunas comunidades
autónomas tienen proyectos pilotos, eso sí, para el enriquecimiento curricular
de estos niños. La Comunidad de Madrid, por ejemplo, tiene desde hace 17 años un
programa extraescolar para alumnos con altas capacidades, el PEAC, en el que participan niños superdotados
dos sábados al mes. Es un programa pionero que comenzó con 157 alumnos, cifra
que ha ido creciendo año tras año hasta alcanzar en el presente curso más
de 1.700 alumnos de
entre seis y 18 años de Primaria, Secundaria Obligatoria y Bachillerato de
centros docentes de la Comunidad de Madrid. Este es el programa que siguió
Alejandro Hernández.
Dicho programa se
desarrolla en colaboración con la Fundación CEIM, es de carácter voluntario y
gratuito, se lleva a cabo fuera del horario escolar y no sustituye en ningún
modo al currículo oficial, sino que lo complementa y enriquece, proporcionando a los alumnos
oportunidades de profundización en diferentes áreas del saber a través de la
experimentación, investigación y creación, implementándose mediante variadas
estrategias metodológicas.
«El problema es
que, en lugar de adaptar el currículo académico a ellos, que sería lo óptimo,
estos niños con altas capacidades tienen que hacer más trabajos en el aula y
horas extraescolares», se queja Alicia Rodríguez. Por no hablar de otra
problema: «En ese programa aún no se ha podido dar cabida a todos los
alumnos, sólo a la mitad de los
niños valorados por sus equipos como superdotados», añade.
Los especialistas
están de acuerdo en que lo ideal es que estos niños con altas capacidades
fueran, en primer lugar, identificados y que la enseñanza se adaptará a ellos.
«Necesitan una metodología de aprendizaje
cooperativo, aprender a base de proyectos en grupo. La metodología y
currículo deberían ser más abiertos, para evitarles caer en la apatía. En
España se utiliza una metodología muy tradicional, se les machaca, por ejemplo,
mucho con que tienen que tener los cuadernos limpios y una buena letra. La
educación tradicional pone techos a estos alumnos y los desmotiva. Y todo se
tendría que conjugar con un programa de desarrollo de su inteligencia emocional», sueña Maite
Garnica.
La cantinela
general entre los expertos es que estos chavales deberían ser atendidos en su
jornada escolar, respetándose sus modelos de aprendizajes, sus ritmos, sus
necesidades de ampliar horizontes. «No hablamos sólo de programas, hablamos
de normativas y de leyes que sean
de obligado cumplimiento, donde todo transcurra con una normalidad y no
haciendo a los padres realizar el via crucis que ahora llevan
a cabo por todas las administraciones, a la suerte de quién les toque»,
denuncia Alicia Rodríguez.
Desde AEST, la
organización que preside, lo que le piden al Ministerio de Educación entre
otras cosas es la creación de un
equipo de referencia en altas capacidades al que puedan acudir los
alumnos para que, a petición tanto de maestros y profesores como de padres,
pueda valorarse si el niño en cuestión es superdotado, así como adaptaciones curriculares, seguimiento y
flexibilización para estos alumnos y formación obligatoria de todo
el profesorado en esta
cuestión por cuenta del Ministerio de Educación.
http://www.elmundo.es/sociedad/2017/06/20/5947c4d9e5fdea96298b4663.html
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