23 nov 2017

España, potencia europea abierta al mundo

España es una nación plural y diversa, firmemente entroncada en Europa y con una visión e implicación inevitables a través del Atlántico y el Mediterráneo.

España, una de las naciones más antiguas y que más ha aportado a la civilización occidental, es un país con una fuerte vocación europea. En junio de hace 40 años celebramos las elecciones con las que retomamos el camino de la democracia, y ese verano, las Comunidades Europeas recogieron nuestra petición de sumarnos a la operación política más exitosa de la historia.
Desde entonces, España ha participado activamente en el proyecto de libertad y democracia, humanismo y tolerancia, cohesión y cooperación, apertura y prosperidad, Estado de Derecho y respeto a la integridad territorial de sus miembros que es la Unión Europea. Vamos a seguir haciéndolo.

La UE es también la principal potencia comercial del planeta y el mayor mercado global. Nos repartimos con Estados Unidos el primer puesto como primera potencia económica mundial y disfrutamos del Estado de bienestar más generoso, con unos envidiables servicios públicos de protección social, educación, salud y pensiones. Europa es una impresionante potencia cultural y turística. Gracias al proyecto europeo, hemos vivido el más prolongado periodo de paz y prosperidad de todos los tiempos.

Una crisis sin precedente
Este indudable éxito no ha estado exento de momentos de dificultad. Acabamos de superar una grave crisis económica, que ha sido global, pero que en España golpeó aún más fuerte. Comenzó en 2008 y, en cinco años, de 2009 a 2013, destruyó la décima parte de nuestra riqueza nacional, tal como la mide el PIB, y nada menos que 3,4 millones de empleos. Con el esfuerzo de todos los españoles, logramos rescatarnos a nosotros mismos: volvimos a crecer en 2014, y ya llevamos cuatro años de pujante crecimiento económico (por encima del 3% anual desde 2015) con una sólida –aunque todavía insuficiente– creación de empleo. Ese es el camino que estamos transitando y en el que debemos perseverar.

Necesitamos que el crecimiento se mantenga y que sea inclusivo. Conseguirlo nos exige mantener la confianza en España –la confianza económica y también política–; perseverar en las reformas estructurales y en la estabilidad presupuestaria, y seguir abriendo nuestra economía al mundo. Estamos a punto de superar el procedimiento de déficit excesivo, y queremos que no vuelvan a repetirse los errores de una política económica de gasto descontrolado que nos llevaron a esa situación. Y defendemos el libre comercio, porque con más intercambios y menos barreras ganamos todos. El comercio, en definitiva, es una fuente neta de creación de riqueza. Así lo hemos visto en España: una gran parte de nuestra recuperación se debe a la apertura de la economía española. Hoy España exporta más de un tercio de su PIB, cuando antes de la crisis esa cifra era del 25%, y, además, acumulamos ya cuatro años de superávit por cuenta corriente. La transformación de España que hemos conseguido, entre todos, ha cambiado la fisonomía de nuestro país. Porque, aunque a veces lo olvidemos, los españoles tenemos buenos motivos para ser optimistas, para creer en España como un gran país europeo que cuenta cada día más en el mundo.

Esta crisis también afectó a la UE como proyecto, pero supimos transformarla en una oportunidad para adoptar decisiones cruciales que dieron solidez al euro, nuestra moneda común. Aún nos queda trecho por avanzar en política fiscal, que recorreremos juntos.

Uno de los peores efectos de la crisis fue la proliferación de movimientos populistas y separatistas que tienen como primer objetivo destruir la Europa que hemos creado, aunque digan querer su reforma. Estos movimientos van de la mano, y no es por casualidad. El proyecto europeo nació como un antídoto contra el nacionalismo que nos metió en dos terribles guerras mundiales; como un antídoto de democracia, derechos humanos y respeto al Estado de Derecho frente a los nacionalismos disgregadores, tóxicos y disolventes; como un antídoto de racionalismo frente al nacionalismo. Ese racionalismo que impregna el proyecto europeo casa muy mal con las soluciones mágicas de populistas y separatistas. Y la reclamación de ser especial, distinto y merecedor de trato diferenciado –que pretenden los separatistas– difícilmente se compadece con el esfuerzo de cooperación y cohesión que ha hecho más fuerte a Europa.

Hoy podemos decir que Europa está superando la peor ola populista y separatista. Lo vimos en Holanda, con la victoria del primer ministro Mark Rutte, y quedó meridianamente claro tras el éxito electoral de Emmanuel Macron, en Francia, y de Angela Merkel, en Alemania. Que Merkel y Macron sean los líderes de dos naciones tan importantes como Alemania y Francia es, en sí mismo, una garantía para el futuro de Europa, y un buen freno para estos dañinos movimientos. Modestamente, creo que podemos decir que en esta lucha fuimos pioneros: la tendencia de freno al populismo comenzó en España con las elecciones de junio de 2016, con resultados muy diferentes a los de la convocatoria de diciembre de 2015, afianzando la racionalidad y la gobernabilidad en España. Y ya estamos viendo cómo la firmeza en la defensa de la Constitución está haciendo recular a aquellos que soñaron en vano con destruir la unión de 500 años.

Una cuestión de Estado: España en el mundo
Somos una nación europea con vocación de actor global. España no solo mira a Europa sino también al mundo. Así, miramos a EEUU, primer destino de nuestras exportaciones fuera de la UE y segundo país no europeo del que importamos más mercancías. También es el segundo destino de las inversiones españolas en el exterior, después de Reino Unido, y el primer inversor en España. Las empresas españolas están en EEUU, y las estadounidenses en España.

Con EEUU no solo nos unen fructíferas relaciones económicas. Entendemos nuestro vínculo transatlántico como una cuestión de Estado. Compartimos valores de defensa de la seguridad y la libertad. Por eso, también mantenemos una eficaz relación bilateral en política de defensa, una amplia coincidencia en la lucha contra el terrorismo y un papel relevante en las operaciones de la coalición internacional contra el terrorismo. Nuestro papel en la Alianza Atlántica así lo atestigua. Somos un país activo en la OTAN, asumimos las responsabilidades internacionales acordadas con nuestros socios y aliados, y nuestros soldados dejan muy alto el pabellón de España en todas las misiones en las que prestan su mejor servicio para garantizar la seguridad y promover la paz y la estabilidad en el mundo. Somos un socio de fiar que cuida las relaciones internacionales.

Pocos dudan a estas alturas de la envergadura que, para todos, supone el reto del Brexit. Pero sabremos conjugar la salida ordenada de Reino Unido de la UE, decisión soberana que respeto y lamento, con el mantenimiento de una relación de primer nivel con un socio estratégico con el que tenemos tantos vínculos e intereses compartidos. Estaremos a la altura. La visita de los Reyes de España a Reino Unido en julio pasado –37 años después de la última– ha sido coronada con un éxito inapelable y demuestra la solidez de nuestra relación. El aplaudido papel de Felipe VI en este viaje, y en particular su discurso ante la Cámara de los Comunes, reafirma el valor de la Corona como la más alta representación de nuestra nación en las relaciones internacionales. 

El lugar de España en el mundo no se puede entender sin su doble vocación europea y americana. Como parte de la comunidad iberoamericana que somos, compartimos lengua, cultura y afectos de siglos de historia en común. Lo que es bueno para Iberoamérica, al igual que lo que es bueno para Europa, siempre estará en el interés de España. Por ello, nos ofrecemos como puente natural entre esos dos continentes, que comparten más valores e intereses que cualesquiera otros del mundo. De ahí el invariable apoyo de España al acuerdo de Asociación UE-Mercosur, actualmente en negociación; nuestra apuesta por una actualización y modernización del Acuerdo Global entre México y la UE, y del Acuerdo de Asociación con Chile; nuestra satisfacción con el Acuerdo de Asociación con Centroamérica, con la ampliación a Ecuador del Acuerdo Multipartes que vincula a la UE con las naciones andinas, y con la entrada en vigor, el 1 de noviembre, del Acuerdo de Diálogo Político y Cooperación UE-Cuba.

Porque son innumerables nuestros lazos de unión y mestizaje, nos alegramos tanto de que Colombia esté recobrando la senda de la concordia, al igual que nos preocupa profundamente la involución antidemocrática que sufre un país hermano como Venezuela. Queremos para los venezolanos lo mismo que hemos logrado los españoles: vivir en democracia bajo el imperio de la ley. Nos felicitamos por la continuada vigencia de las Cumbres Iberoamericanas, que en 2016 celebraron su XXV aniversario y que continúan sirviendo de eficaz y valorado foro de cooperación permanente, por encima de diferencias ideológicas. Con ese compromiso permanente, también hemos apoyado la Alianza del Pacífico. España logró ser, ya en 2014, el primer país europeo observador de esta alianza, un proceso que hemos logrado fortalecer hace escasas fechas con la firma de una declaración conjunta que identifica los ejes prioritarios que esta relación tendrá en el futuro.

Nos unen lazos profundos también con el Mediterráneo, en una relación de vecindad e interdependencia. Por eso, quisiera también fijar su atención en una región donde se dirimirá la solución a algunos de los desafíos más relevantes para la sociedad española en los próximos años: África. Durante los últimos años, hemos consolidado relaciones de asociación estratégica con nuestros vecinos del Magreb que están cimentando la creación de una densa urdimbre de intereses y complicidades con las que afrontar con garantías los retos que afectan a ambas orillas del Mediterráneo, como el fenómeno migratorio o el terrorismo. Por encima de estos desafíos, lo que ha calado en todos los ámbitos de la sociedad española es la convicción de que la prosperidad de nuestros vecinos es la nuestra, y viceversa. Y esta prosperidad, además, precisa de la estabilidad como condición de base.

Esta constatación sería, sin embargo, incompleta si no atendiéramos a la creciente integración del continente africano en su conjunto. Más allá de los retos señalados antes, se abre un amplísimo abanico de oportunidades. Ya no es permisible considerar África como una agregación de países jóvenes, separados por un desierto y aquejados por los mismos males. Por ello, estamos elaborando un nuevo Plan África, con el que sentar las bases de nuestra aproximación estratégica a este continente, con la mira puesta en estrechar nuestros vínculos políticos y económicos, pero sin descuidar la necesidad de seguir cooperando con ciertas regiones, como el Sahel, que van a requerir una atención y unos recursos crecientes en los próximos años.

De este modo, África se une a Asia en su papel protagonista en este siglo. La evolución del continente asiático, con China, Japón e India a la cabeza, no nos puede ser ajena. El futuro de nuestro bienestar también se verá afectado por cómo se afronten los retos comunes en Asia: nuestro bienestar económico en primer lugar, sin descuidar los grandes desafíos transversales como el cambio climático o la no proliferación nuclear.

La amenaza terrorista
LA UE y sus Estados miembros trabajamos para hacer frente a la terrible amenaza del terrorismo. El último Eurobarómetro señala el terrorismo como primera preocupación de los europeos. Han sido muchos los ataques sufridos. Los españoles lo padecimos hace muy poco, el 17 y 18 de agosto, en Barcelona y Cambrils, y siguen en el recuerdo de todos los trágicos atentados cometidos en Madrid el 11 de marzo de 2004.
Ningún país está libre de la amenaza terrorista. Pero sabemos cuáles son las políticas que funcionan para hacerle frente. Hay, al menos, tres grandes ejes de políticas que dan resultados. En primer lugar, tiene demostrada eficacia la unidad y la cooperación: la unidad de los demócratas, de ciudadanos y de partidos; así como la cooperación judicial y entre las fuerzas de seguridad y servicios de inteligencia de nuestras democracias. En segundo lugar, son siempre pertinentes las medidas para desenmascarar sus excusas de odio y exclusión, y para desactivar sus redes de financiación ilegal, captación y adoctrinamiento, tanto por vías tradicionales como a través de Internet. Y, por último y de forma muy especial, es imprescindible reconocer a las víctimas y darles el protagonismo principal que merecen: porque la lucha contra el terror es también una lucha moral y social, y las víctimas son un ejemplo ético de dignidad frente a la barbarie.

Los españoles hemos sufrido con dureza los embates del terror y sabemos cuán eficaz es, en esa batalla, conceder a las víctimas el reconocimiento que merecen, situarlas en el centro de la respuesta a un atentado. Por eso, desde España promovemos una Carta Europea de Derechos de las Víctimas y defendemos la elaboración, en el marco de Naciones Unidas, de un Estatuto Internacional de las Víctimas. Defenderlas nos ayuda, además, a forjar el necesario relato de convivencia y libertad frente a la propaganda de odio y destrucción de los asesinos. Así lo hicimos durante nuestra presidencia del Consejo de Seguridad de la ONU, en octubre de 2015, por primera vez en los 70 años de existencia de la organización.

Desafíos del siglo XXI
Son muchos los desafíos con los que este siglo nos reta a todos. Quisiera destacar dos íntimamente relacionados: el desarrollo sostenible y el cambio climático. La Agenda 2030, junto con el Acuerdo de París sobre el Clima, son un referente indispensable para el presente y el futuro en este tiempo de múltiples incertidumbres. Esta agenda de desarrollo sostenible constituye un nuevo paradigma, un acuerdo global que, junto con el Acuerdo de París sobre el Clima, puede guiar la transformación de nuestro mundo hacia la prosperidad compartida, la paz, la preservación del planeta y la erradicación del hambre y la pobreza. Desde España estamos firmemente comprometidos con la Agenda 2030; la consideramos una política de Estado para los próximos años.

Estamos obligados a cuidar el planeta porque es el principal legado que dejaremos a nuestros hijos y nietos. En eso consiste el debate sobre el cambio climático: dejar en herencia un mundo mejor del que recibimos. Lograrlo no es ajeno a la acción humana y Europa está comprometida en esta lucha: las conclusiones del Consejo Europeo de junio recogían un mensaje de claro compromiso europeo con el cumplimiento del Acuerdo de París. Y España ha querido estar a la vanguardia de esta política. Por eso, queremos aprobar una Ley de Cambio Climático y Transición Energética en esta legislatura, para impulsar la transformación de nuestra economía hacia un modelo bajo en carbono y más competitivo.

Cuidar el medio ambiente es una obligación que, en ocasiones, se enfrenta a actuaciones tan inaceptables como incomprensibles de desalmados que incendian nuestros bosques. En España acabamos de sufrir –como en muchos lugares europeos tras un verano especialmente seco– una oleada de incendios provocados por la mano del hombre. Perseguir y castigar, con la ley, a estos incendiarios también es luchar contra el cambio climático.

Los desafíos son innumerables, pero el más dramático –sin duda– es el problema de la migración. Soy gallego y Galicia ha sido siempre tierra de emigrantes. Tengo familiares y amigos en los más recónditos lugares del planeta, y entiendo la emigración como una decisión personal en busca de nuevos horizontes para mejorar el proyecto vital de las personas. Pero el problema que ahora afrontamos es de otra naturaleza. Se trata de movimientos masivos de personas que huyen de la miseria, del terror, de la guerra, o de las tres cosas a la vez. Por eso es especialmente relevante que las decisiones en materia de migración se adopten de forma coordinada en la UE, y que todos intentemos aprender de la experiencia de todos.

España ha aportado más que un grano de arena en este importante asunto. Por nuestra propia experiencia, creemos que la gestión de flujos migratorios irregulares debe basarse en el principio de cooperación y diálogo con los países de origen y tránsito. Se trata de luchar contra las causas originarias de la migración, fomentando el desarrollo en los países de origen. La UE es el principal donante de Ayuda Oficial al Desarrollo del mundo. Debemos trabajar para crear oportunidades, en especial para los jóvenes, con el propósito de evitar el drama que lleva consigo la migración irregular. Además de un drama humano, la salida de los mejores en movimientos migratorios masivos lleva a la descapitalización humana del continente africano. Por eso, debemos ayudar a los países de origen y tránsito a reforzar sus capacidades institucionales y operativas, permitiéndoles vigilar con más eficacia sus fronteras y combatir las organizaciones criminales. Debemos, además, ofrecer cauces legales que permitan la migración legal, porque la migración, cuando es legal, beneficia tanto a los países de origen como a los de destino y, sobre todo, beneficia a las personas que deciden migrar. Debemos perseverar, porque estas medidas empiezan a dar resultados en Europa.

Consejo de Derechos Humanos de la ONU
Nuestro compromiso con la dignidad del hombre, y con todos los principios y valores que ponen en el centro a las personas, han permitido que España haya sido elegida, este 16 de octubre, como miembro del Consejo de Derechos Humanos de la ONU para el periodo 2018-20. Es un gran éxito diplomático de España. Tuvimos el apoyo de 180 de los 193 miembros de la Asamblea General de la ONU, y nos acompañará en esta tarea Australia, respaldada por el voto de 176 países.

Fiabilidad, compromiso, atención a los derechos humanos y defensa de la democracia dentro del Estado de Derecho son los valores que defendemos dentro y fuera de España. Estamos orgullosos de hacerlo como una activa nación europea abierta al mundo. Los españoles estamos convencidos de que la mejor garantía de nuestro futuro y nuestra prosperidad pasa por más y mejor Europa. Una Europa que, en un mundo tan convulso y complejo como el actual, quiere seguir siendo un faro de libertad y progreso; una garantía de humanismo y tolerancia; un espacio compartido de naciones democráticas que respetan el Estado de Derecho.

España es una nación plural y diversa, firmemente entroncada en Europa y con una visión e implicación inevitables a través del Atlántico y el Mediterráneo. La España democrática, 40 años después de aprobar y votar la Constitución de todos, se presenta así al mundo como un actor internacional fiable, seguro y comprometido.




Mariano Rajoy
POLÍTICA EXTERIOR nº 180 - Noviembre-Diciembre 2017


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