España es una nación plural y diversa,
firmemente entroncada en Europa y con una visión e implicación inevitables a
través del Atlántico y el Mediterráneo.
España, una de las naciones más antiguas y que
más ha aportado a la civilización occidental, es un país con una fuerte
vocación europea. En junio de hace 40 años celebramos las elecciones con las
que retomamos el camino de la democracia, y ese verano, las Comunidades
Europeas recogieron nuestra petición de sumarnos a la operación política más
exitosa de la historia.
Desde entonces, España ha participado
activamente en el proyecto de libertad y democracia, humanismo y tolerancia,
cohesión y cooperación, apertura y prosperidad, Estado de Derecho y respeto a
la integridad territorial de sus miembros que es la Unión Europea. Vamos a
seguir haciéndolo.
La UE es también la principal potencia
comercial del planeta y el mayor mercado global. Nos repartimos con Estados
Unidos el primer puesto como primera potencia económica mundial y disfrutamos
del Estado de bienestar más generoso, con unos envidiables servicios públicos
de protección social, educación, salud y pensiones. Europa es una impresionante
potencia cultural y turística. Gracias al proyecto europeo, hemos vivido el más
prolongado periodo de paz y prosperidad de todos los tiempos.
Una
crisis sin precedente
Este indudable éxito no ha estado exento de
momentos de dificultad. Acabamos de superar una grave crisis económica, que ha
sido global, pero que en España golpeó aún más fuerte. Comenzó en 2008 y, en
cinco años, de 2009 a 2013, destruyó la décima parte de nuestra riqueza
nacional, tal como la mide el PIB, y nada menos que 3,4 millones de empleos.
Con el esfuerzo de todos los españoles, logramos rescatarnos a nosotros mismos:
volvimos a crecer en 2014, y ya llevamos cuatro años de pujante crecimiento
económico (por encima del 3% anual desde 2015) con una sólida –aunque todavía
insuficiente– creación de empleo. Ese es el camino que estamos transitando y en
el que debemos perseverar.
Necesitamos que el crecimiento se mantenga y
que sea inclusivo. Conseguirlo nos exige mantener la confianza en España –la
confianza económica y también política–; perseverar en las reformas
estructurales y en la estabilidad presupuestaria, y seguir abriendo nuestra
economía al mundo. Estamos a punto de superar el procedimiento de déficit
excesivo, y queremos que no vuelvan a repetirse los errores de una política
económica de gasto descontrolado que nos llevaron a esa situación. Y defendemos
el libre comercio, porque con más intercambios y menos barreras ganamos todos.
El comercio, en definitiva, es una fuente neta de creación de riqueza. Así lo
hemos visto en España: una gran parte de nuestra recuperación se debe a la
apertura de la economía española. Hoy España exporta más de un tercio de su
PIB, cuando antes de la crisis esa cifra era del 25%, y, además, acumulamos ya
cuatro años de superávit por cuenta corriente. La transformación de España que
hemos conseguido, entre todos, ha cambiado la fisonomía de nuestro país.
Porque, aunque a veces lo olvidemos, los españoles tenemos buenos motivos para
ser optimistas, para creer en España como un gran país europeo que cuenta cada
día más en el mundo.
Esta crisis también afectó a la UE como
proyecto, pero supimos transformarla en una oportunidad para adoptar decisiones
cruciales que dieron solidez al euro, nuestra moneda común. Aún nos queda
trecho por avanzar en política fiscal, que recorreremos juntos.
Uno de los peores efectos de la crisis fue la
proliferación de movimientos populistas y separatistas que tienen como primer
objetivo destruir la Europa que hemos creado, aunque digan querer su reforma.
Estos movimientos van de la mano, y no es por casualidad. El proyecto europeo
nació como un antídoto contra el nacionalismo que nos metió en dos terribles
guerras mundiales; como un antídoto de democracia, derechos humanos y respeto
al Estado de Derecho frente a los nacionalismos disgregadores, tóxicos y
disolventes; como un antídoto de racionalismo frente al nacionalismo. Ese
racionalismo que impregna el proyecto europeo casa muy mal con las soluciones
mágicas de populistas y separatistas. Y la reclamación de ser especial,
distinto y merecedor de trato diferenciado –que pretenden los separatistas–
difícilmente se compadece con el esfuerzo de cooperación y cohesión que ha
hecho más fuerte a Europa.
Hoy podemos decir que Europa está superando la
peor ola populista y separatista. Lo vimos en Holanda, con la victoria del
primer ministro Mark Rutte, y quedó meridianamente claro tras el éxito
electoral de Emmanuel Macron, en Francia, y de Angela Merkel, en Alemania. Que
Merkel y Macron sean los líderes de dos naciones tan importantes como Alemania
y Francia es, en sí mismo, una garantía para el futuro de Europa, y un buen
freno para estos dañinos movimientos. Modestamente, creo que podemos decir que
en esta lucha fuimos pioneros: la tendencia de freno al populismo comenzó en
España con las elecciones de junio de 2016, con resultados muy diferentes a los
de la convocatoria de diciembre de 2015, afianzando la racionalidad y la
gobernabilidad en España. Y ya estamos viendo cómo la firmeza en la defensa de
la Constitución está haciendo recular a aquellos que soñaron en vano con
destruir la unión de 500 años.
Una
cuestión de Estado: España en el mundo
Somos una nación europea con vocación de actor
global. España no solo mira a Europa sino también al mundo. Así, miramos a
EEUU, primer destino de nuestras exportaciones fuera de la UE y segundo país no
europeo del que importamos más mercancías. También es el segundo destino de las
inversiones españolas en el exterior, después de Reino Unido, y el primer
inversor en España. Las empresas españolas están en EEUU, y las estadounidenses
en España.
Con EEUU no solo nos unen fructíferas
relaciones económicas. Entendemos nuestro vínculo transatlántico como una
cuestión de Estado. Compartimos valores de defensa de la seguridad y la
libertad. Por eso, también mantenemos una eficaz relación bilateral en política
de defensa, una amplia coincidencia en la lucha contra el terrorismo y un papel
relevante en las operaciones de la coalición internacional contra el
terrorismo. Nuestro papel en la Alianza Atlántica así lo atestigua. Somos un
país activo en la OTAN, asumimos las responsabilidades internacionales
acordadas con nuestros socios y aliados, y nuestros soldados dejan muy alto el
pabellón de España en todas las misiones en las que prestan su mejor servicio
para garantizar la seguridad y promover la paz y la estabilidad en el mundo.
Somos un socio de fiar que cuida las relaciones internacionales.
Pocos dudan a estas alturas de la envergadura
que, para todos, supone el reto del Brexit. Pero sabremos conjugar la salida
ordenada de Reino Unido de la UE, decisión soberana que respeto y lamento, con
el mantenimiento de una relación de primer nivel con un socio estratégico con
el que tenemos tantos vínculos e intereses compartidos. Estaremos a la altura.
La visita de los Reyes de España a Reino Unido en julio pasado –37 años después
de la última– ha sido coronada con un éxito inapelable y demuestra la solidez
de nuestra relación. El aplaudido papel de Felipe VI en este viaje, y en
particular su discurso ante la Cámara de los Comunes, reafirma el valor de la
Corona como la más alta representación de nuestra nación en las relaciones
internacionales.
El lugar de España en el mundo no se puede
entender sin su doble vocación europea y americana. Como parte de la comunidad
iberoamericana que somos, compartimos lengua, cultura y afectos de siglos de
historia en común. Lo que es bueno para Iberoamérica, al igual que lo que es
bueno para Europa, siempre estará en el interés de España. Por ello, nos
ofrecemos como puente natural entre esos dos continentes, que comparten más
valores e intereses que cualesquiera otros del mundo. De ahí el invariable
apoyo de España al acuerdo de Asociación UE-Mercosur, actualmente en
negociación; nuestra apuesta por una actualización y modernización del Acuerdo
Global entre México y la UE, y del Acuerdo de Asociación con Chile; nuestra
satisfacción con el Acuerdo de Asociación con Centroamérica, con la ampliación
a Ecuador del Acuerdo Multipartes que vincula a la UE con las naciones andinas,
y con la entrada en vigor, el 1 de noviembre, del Acuerdo de Diálogo Político y
Cooperación UE-Cuba.
Porque son innumerables nuestros lazos de unión
y mestizaje, nos alegramos tanto de que Colombia esté recobrando la senda de la
concordia, al igual que nos preocupa profundamente la involución
antidemocrática que sufre un país hermano como Venezuela. Queremos para los
venezolanos lo mismo que hemos logrado los españoles: vivir en democracia bajo
el imperio de la ley. Nos felicitamos por la continuada vigencia de las Cumbres
Iberoamericanas, que en 2016 celebraron su XXV aniversario y que continúan
sirviendo de eficaz y valorado foro de cooperación permanente, por encima de
diferencias ideológicas. Con ese compromiso permanente, también hemos apoyado
la Alianza del Pacífico. España logró ser, ya en 2014, el primer país europeo
observador de esta alianza, un proceso que hemos logrado fortalecer hace
escasas fechas con la firma de una declaración conjunta que identifica los ejes
prioritarios que esta relación tendrá en el futuro.
Nos unen lazos profundos también con el
Mediterráneo, en una relación de vecindad e interdependencia. Por eso, quisiera
también fijar su atención en una región donde se dirimirá la solución a algunos
de los desafíos más relevantes para la sociedad española en los próximos años:
África. Durante los últimos años, hemos consolidado relaciones de asociación
estratégica con nuestros vecinos del Magreb que están cimentando la creación de
una densa urdimbre de intereses y complicidades con las que afrontar con
garantías los retos que afectan a ambas orillas del Mediterráneo, como el
fenómeno migratorio o el terrorismo. Por encima de estos desafíos, lo que ha
calado en todos los ámbitos de la sociedad española es la convicción de que la
prosperidad de nuestros vecinos es la nuestra, y viceversa. Y esta prosperidad,
además, precisa de la estabilidad como condición de base.
Esta constatación sería, sin embargo,
incompleta si no atendiéramos a la creciente integración del continente
africano en su conjunto. Más allá de los retos señalados antes, se abre un
amplísimo abanico de oportunidades. Ya no es permisible considerar África como
una agregación de países jóvenes, separados por un desierto y aquejados por los
mismos males. Por ello, estamos elaborando un nuevo Plan África, con el que
sentar las bases de nuestra aproximación estratégica a este continente, con la
mira puesta en estrechar nuestros vínculos políticos y económicos, pero sin
descuidar la necesidad de seguir cooperando con ciertas regiones, como el
Sahel, que van a requerir una atención y unos recursos crecientes en los
próximos años.
De este modo, África se une a Asia en su papel
protagonista en este siglo. La evolución del continente asiático, con China,
Japón e India a la cabeza, no nos puede ser ajena. El futuro de nuestro
bienestar también se verá afectado por cómo se afronten los retos comunes en
Asia: nuestro bienestar económico en primer lugar, sin descuidar los grandes
desafíos transversales como el cambio climático o la no proliferación nuclear.
La
amenaza terrorista
LA UE y sus Estados miembros trabajamos para
hacer frente a la terrible amenaza del terrorismo. El último Eurobarómetro
señala el terrorismo como primera preocupación de los europeos. Han sido muchos
los ataques sufridos. Los españoles lo padecimos hace muy poco, el 17 y 18 de
agosto, en Barcelona y Cambrils, y siguen en el recuerdo de todos los trágicos
atentados cometidos en Madrid el 11 de marzo de 2004.
Ningún país está libre de la amenaza
terrorista. Pero sabemos cuáles son las políticas que funcionan para hacerle
frente. Hay, al menos, tres grandes ejes de políticas que dan resultados. En
primer lugar, tiene demostrada eficacia la unidad y la cooperación: la unidad
de los demócratas, de ciudadanos y de partidos; así como la cooperación
judicial y entre las fuerzas de seguridad y servicios de inteligencia de
nuestras democracias. En segundo lugar, son siempre pertinentes las medidas
para desenmascarar sus excusas de odio y exclusión, y para desactivar sus redes
de financiación ilegal, captación y adoctrinamiento, tanto por vías
tradicionales como a través de Internet. Y, por último y de forma muy especial,
es imprescindible reconocer a las víctimas y darles el protagonismo principal
que merecen: porque la lucha contra el terror es también una lucha moral y
social, y las víctimas son un ejemplo ético de dignidad frente a la barbarie.
Los españoles hemos sufrido con dureza los
embates del terror y sabemos cuán eficaz es, en esa batalla, conceder a las
víctimas el reconocimiento que merecen, situarlas en el centro de la respuesta
a un atentado. Por eso, desde España promovemos una Carta Europea de Derechos
de las Víctimas y defendemos la elaboración, en el marco de Naciones Unidas, de
un Estatuto Internacional de las Víctimas. Defenderlas nos ayuda, además, a
forjar el necesario relato de convivencia y libertad frente a la propaganda de
odio y destrucción de los asesinos. Así lo hicimos durante nuestra presidencia
del Consejo de Seguridad de la ONU, en octubre de 2015, por primera vez en los
70 años de existencia de la organización.
Desafíos
del siglo XXI
Son muchos los desafíos con los que este siglo
nos reta a todos. Quisiera destacar dos íntimamente relacionados: el desarrollo
sostenible y el cambio climático. La Agenda 2030, junto con el Acuerdo de París
sobre el Clima, son un referente indispensable para el presente y el futuro en
este tiempo de múltiples incertidumbres. Esta agenda de desarrollo sostenible
constituye un nuevo paradigma, un acuerdo global que, junto con el Acuerdo de
París sobre el Clima, puede guiar la transformación de nuestro mundo hacia la
prosperidad compartida, la paz, la preservación del planeta y la erradicación
del hambre y la pobreza. Desde España estamos firmemente comprometidos con la
Agenda 2030; la consideramos una política de Estado para los próximos años.
Estamos obligados a cuidar el planeta porque es
el principal legado que dejaremos a nuestros hijos y nietos. En eso consiste el
debate sobre el cambio climático: dejar en herencia un mundo mejor del que
recibimos. Lograrlo no es ajeno a la acción humana y Europa está comprometida
en esta lucha: las conclusiones del Consejo Europeo de junio recogían un
mensaje de claro compromiso europeo con el cumplimiento del Acuerdo de París. Y
España ha querido estar a la vanguardia de esta política. Por eso, queremos
aprobar una Ley de Cambio Climático y Transición Energética en esta
legislatura, para impulsar la transformación de nuestra economía hacia un
modelo bajo en carbono y más competitivo.
Cuidar el medio ambiente es una obligación que,
en ocasiones, se enfrenta a actuaciones tan inaceptables como incomprensibles
de desalmados que incendian nuestros bosques. En España acabamos de sufrir
–como en muchos lugares europeos tras un verano especialmente seco– una oleada
de incendios provocados por la mano del hombre. Perseguir y castigar, con la
ley, a estos incendiarios también es luchar contra el cambio climático.
Los desafíos son innumerables, pero el más
dramático –sin duda– es el problema de la migración. Soy gallego y Galicia ha
sido siempre tierra de emigrantes. Tengo familiares y amigos en los más
recónditos lugares del planeta, y entiendo la emigración como una decisión
personal en busca de nuevos horizontes para mejorar el proyecto vital de las
personas. Pero el problema que ahora afrontamos es de otra naturaleza. Se trata
de movimientos masivos de personas que huyen de la miseria, del terror, de la
guerra, o de las tres cosas a la vez. Por eso es especialmente relevante que
las decisiones en materia de migración se adopten de forma coordinada en la UE,
y que todos intentemos aprender de la experiencia de todos.
España ha aportado más que un grano de arena en
este importante asunto. Por nuestra propia experiencia, creemos que la gestión
de flujos migratorios irregulares debe basarse en el principio de cooperación y
diálogo con los países de origen y tránsito. Se trata de luchar contra las
causas originarias de la migración, fomentando el desarrollo en los países de
origen. La UE es el principal donante de Ayuda Oficial al Desarrollo del mundo.
Debemos trabajar para crear oportunidades, en especial para los jóvenes, con el
propósito de evitar el drama que lleva consigo la migración irregular. Además
de un drama humano, la salida de los mejores en movimientos migratorios masivos
lleva a la descapitalización humana del continente africano. Por eso, debemos
ayudar a los países de origen y tránsito a reforzar sus capacidades
institucionales y operativas, permitiéndoles vigilar con más eficacia sus
fronteras y combatir las organizaciones criminales. Debemos, además, ofrecer
cauces legales que permitan la migración legal, porque la migración, cuando es
legal, beneficia tanto a los países de origen como a los de destino y, sobre
todo, beneficia a las personas que deciden migrar. Debemos perseverar, porque
estas medidas empiezan a dar resultados en Europa.
Consejo
de Derechos Humanos de la ONU
Nuestro compromiso con la dignidad del hombre,
y con todos los principios y valores que ponen en el centro a las personas, han
permitido que España haya sido elegida, este 16 de octubre, como miembro del
Consejo de Derechos Humanos de la ONU para el periodo 2018-20. Es un gran éxito
diplomático de España. Tuvimos el apoyo de 180 de los 193 miembros de la
Asamblea General de la ONU, y nos acompañará en esta tarea Australia,
respaldada por el voto de 176 países.
Fiabilidad, compromiso, atención a los derechos
humanos y defensa de la democracia dentro del Estado de Derecho son los valores
que defendemos dentro y fuera de España. Estamos orgullosos de hacerlo como una
activa nación europea abierta al mundo. Los españoles estamos convencidos de
que la mejor garantía de nuestro futuro y nuestra prosperidad pasa por más y
mejor Europa. Una Europa que, en un mundo tan convulso y complejo como el
actual, quiere seguir siendo un faro de libertad y progreso; una garantía de
humanismo y tolerancia; un espacio compartido de naciones democráticas que
respetan el Estado de Derecho.
España es una nación plural y diversa,
firmemente entroncada en Europa y con una visión e implicación inevitables a
través del Atlántico y el Mediterráneo. La España democrática, 40 años después
de aprobar y votar la Constitución de todos, se presenta así al mundo como un
actor internacional fiable, seguro y comprometido.
Mariano Rajoy
POLÍTICA EXTERIOR nº 180 - Noviembre-Diciembre 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si quieres hacer cualquier comentario, hazlo aquí,
Cualquier aportación sera bienvenida...