Buenas noches,
En esta nochebuena, quiero especialmente
desearos junto a la Reina y nuestras hijas, la Princesa Leonor y la Infanta
Sofía, unas muy felices fiestas y todo lo mejor para el año nuevo.
Desearía también que la voluntad de
entendimiento y el espíritu fraternal, tan propios de estos días, estén siempre
muy presentes entre nosotros, en nuestra convivencia.
Esta noche me dirijo a vosotros desde el
Palacio Real, donde la Corona celebra actos de Estado en los que queremos
expresar, con la mayor dignidad y solemnidad, la grandeza de España.
Este Palacio es de todos los españoles y es
un símbolo de nuestra historia que está abierto
a todos los ciudadanos que desean conocer y comprender mejor nuestro pasado.
En sus techos, en sus paredes, cuadros y tapices, en definitiva, en todo su
patrimonio, se recogen siglos y siglos de nuestra historia común.
Y esa historia, sin duda, debemos conocerla
y recordarla, porque nos ayuda a entender nuestro presente y orientar nuestro
futuro y nos permite también apreciar mejor nuestros aciertos y nuestros
errores; porque la historia, además, define y explica nuestra identidad a lo
largo del tiempo.
Creo sinceramente que hoy vivimos tiempos
en los que es más necesario que nunca reconocernos en todo lo que nos une. Es necesario poner en valor lo que hemos
construido juntos a lo largo de los años con muchos y grandes sacrificios,
también con generosidad y enorme entrega. Es necesario ensalzar todo lo que
somos, lo que nos hace ser y sentirnos españoles. En mi discurso de
proclamación manifesté que en la España constitucional caben todos los
sentimientos y sensibilidades, caben las distintas formas de sentirse español;
de ser y de sentirse parte de una misma comunidad política y social, de una
misma realidad histórica, actual y de futuro, como la que representa nuestra
nación.
Una gran nación definida por una cultura
que ha traspasado tiempos y fronteras, por las artes y por una literatura
universal; enriquecida por nuestra lengua común, junto a las demás lenguas de
España, que también explican nuestra identidad.
Un país que a lo largo de los siglos han
tejido pensadores, científicos, creadores, y tantos y tantos hombres y mujeres,
muchos de los cuales han dado su vida por España.
Y es también un gran Estado, cuya solidez
se basa hoy en unos mismos valores constitucionales que compartimos y en unas
reglas comunes de convivencia que nos hemos dado y que nos unen; un Estado que
reconoce nuestra diversidad en el autogobierno de nuestras nacionalidades y
regiones; y que tiene en el respeto a la voluntad democrática de todos los
españoles, expresada a través de la Ley, el fundamento de nuestra vida en
libertad.
Por todo ello, tenemos –tengo- muchas razones para poder afirmar esta
noche que ser y sentirse español, querer, admirar y respetar a España, es un
sentimiento profundo, una emoción sincera, y es un orgullo muy legítimo.
Con estas razones, y compartiendo estos
sentimientos, haremos honor a nuestra historia, de la que hoy somos
protagonistas y cuyo gran legado tenemos la responsabilidad de administrar; y
fortaleceremos nuestra cohesión nacional, que es imprescindible para impulsar
nuestro progreso político, cívico y moral; para impulsar nuestro proyecto común
de convivencia. Porque ahora, lo que nos debe importar a todos, ante todo, es
España y el interés general de los españoles.
Tras las elecciones generales celebradas el
pasado día 20, y como siempre después de cada renovación del Congreso de los
Diputados y el Senado, se inicia el procedimiento establecido en nuestra
Constitución para la gobernación de nuestro país.
En un régimen constitucional y democrático
de Monarquía Parlamentaria como el nuestro, las Cortes Generales, como
depositarias de la soberanía nacional, son las titulares del poder de decisión
sobre las cuestiones que conciernen y afectan al conjunto de los españoles: son
la sede donde, tras el debate y el diálogo entre las fuerzas políticas, se deben
abordar y decidir los asuntos esenciales de la vida nacional.
La pluralidad política, expresada en las urnas,
aporta sin duda sensibilidades, visiones y perspectivas diferentes; y conlleva una forma de ejercer la política basada en
el diálogo, la concertación y el compromiso, con la finalidad de tomar las
mejores decisiones que resuelvan los problemas de los ciudadanos.
España inicia una nueva legislatura que
requiere todos los esfuerzos, todas las energías, todas las voluntades de
nuestras instituciones democráticas, para asegurar y consolidar lo conseguido a
lo largo de las últimas décadas y adecuar nuestro progreso político a la
realidad de la sociedad española de hoy. Unas instituciones dinámicas que
caminen siempre al mismo paso del pueblo español al que sirven y representan; y
que sean
sensibles con las demandas de rigor, rectitud e integridad que exigen los
ciudadanos para la vida pública.
La España actual es muy distinta de la
España de los siglos que nos preceden gracias a una auténtica y generosa
voluntad de entendimiento de todos los españoles, a un sincero espíritu de
reconciliación y superación de nuestras diferencias históricas y a un
compromiso de las fuerzas políticas y sociales con el servicio a todo un
pueblo, a los intereses generales de la Nación, que deben estar siempre por
encima de todo. Esta es la gran lección de nuestra historia más reciente que
nunca debemos olvidar.
Como tampoco debemos olvidar que la ruptura
de la Ley, la imposición de una idea o de un proyecto de unos sobre la voluntad
de los demás españoles, solo nos ha conducido en nuestra historia a la
decadencia, al empobrecimiento y al aislamiento. Ese es un error de nuestro
pasado que no debemos volver a cometer.
Nuestro camino es ya, de manera
irrenunciable, el del entendimiento, la convivencia y la concordia en
democracia y libertad. Por ello, respetar nuestro orden constitucional es
defender la convivencia democrática aprobada por todo el pueblo español; es
defender los derechos y libertades de todos los ciudadanos y es también
defender nuestra diversidad cultural y territorial.
Por eso, esta noche quiero reiterar un
mensaje de serenidad, de tranquilidad y confianza en la unidad y continuidad de
España; un mensaje de seguridad en la primacía y defensa de nuestra
Constitución.
Y me gustaría también transmitir un mensaje
de esperanza en que la reflexión serena, el contraste sincero y leal de las
opiniones, y el respeto tanto a la realidad de nuestra historia, como a la
íntima comunidad de afectos e intereses entre todos los españoles, alimenten la
vigencia de nuestro mejor espíritu constitucional.
Por otro lado, la mejora de la economía es una prioridad
para todos. Creo que todas las instituciones tenemos un deber con los
ciudadanos, las familias y especialmente los más jóvenes, para que puedan
recuperar lo que nunca se debe perder: la tranquilidad y la estabilidad con las
que afrontar el futuro y la ilusión por un proyecto de vida hacia el mañana.
Todos deseamos un crecimiento económico sostenido. Un crecimiento que permita
seguir creando empleo —y empleo digno—, que fortalezca los servicios públicos
esenciales, como la sanidad y la educación, y que permita reducir las
desigualdades, acentuadas por la dureza de la crisis económica.
Europa es, sin duda, otra de nuestras
grandes realidades, pero también con grandes desafíos en su seno. Todos hemos
sentido la indignación y el horror ante los atentados que han costado la vida a
compatriotas nuestros, ante los terribles crímenes de París y de otros lugares
del mundo, que son auténticos ataques a nuestro modelo de convivencia y a los
más elementales valores humanos. Y todos nos hemos conmovido ante el drama de
los refugiados que llegan a nuestras fronteras huyendo de la guerra, o el de
los migrantes angustiados y acosados por la pobreza.
Ante estos desafíos, y otros muchos como el
de la lucha contra el cambio climático, es necesario que la voz de España se
haga oír en la Unión Europea y en las instituciones internacionales en todo
aquello que afecta a nuestras convicciones y a nuestros intereses vitales.
Porque el mundo de hoy exige naciones fuertes, responsables, unidas, solidarias
y leales a sus compromisos con sus socios y aliados y con el conjunto de la
comunidad internacional.
Finalmente, no quiero despedirme esta noche
sin deciros, con total convicción, que a los españoles de hoy nos corresponde seguir escribiendo
la historia de nuestro tiempo y que vamos a hacerlo como ya hemos demostrado
que sabemos:
Contando con todos: hombres y mujeres,
jóvenes y mayores, nacidos aquí o venidos de fuera; empujando todos a la vez,
sin que nadie se quede en el camino.
Debemos mirar hacia adelante, porque en el mundo de hoy nadie espera a quien
solo mira hacia atrás. Debemos desterrar los enfrentamientos y los
rencores; y sustituir el egoísmo por la generosidad, el pesimismo por la
esperanza, el desamparo por la solidaridad.
Tengamos fe y creamos en nuestro país.
España tiene una resistencia a la adversidad, una capacidad de superación y una
fuerza interior mucho mayor de lo que a veces pensamos. La fortaleza de España
está en nosotros mismos; está en nuestro
coraje, en nuestro carácter y en nuestro talento. Está también, por qué no
decirlo, en nuestra forma de vivir y de entender la vida.
Los españoles nunca nos hemos rendido ante
las dificultades, que han sido grandes, y siempre las hemos vencido.
Y sabemos, además, que tenemos que seguir
caminando con la voluntad de entendimiento y con el espíritu de unión a los que
me refería al principio. Con diálogo y con compromiso, con sentido del deber y
con responsabilidad; sintiendo y viviendo, cada día, cada uno de nosotros, ese compromiso
ético que hace grande a un pueblo; uniendo nuestros corazones, porque hace
décadas el pueblo español decidió, de una vez por todas y para siempre, darse
la mano y no la espalda. Hagámoslo con toda la fuerza y la confianza de quienes
estamos orgullosos —con razón— de lo que hemos conseguido juntos y, sobre todo,
de lo que juntos vamos a conseguir.
Con esa emoción, con esa confianza en
nuestro futuro —en ese futuro de España en el que creo— os deseo a todos una
muy Feliz Navidad, Eguberri on, Bon Nadal, Boas Festas y un próspero año 2016.